Leyendas

Don Fernando de Montis publicó, en 1898, un libro que tituló " Leyendas Cordobesas" en el que se recogen una serie de relatos populares que circulaban de boca en boca a finales del siglo XIX.

Dos son las leyendas o narraciones que hacen referencia a nuestro pueblo, a sus gentes o a su geografía, ya que en ambas ocasiones el título del relato tiene que ver con el topónimo de una determinada elevación del terreno ( Cerro del Mentidero) o con una extraña e insólita formación rocosa ( El Salto del Fraile). La construcción de La Breña II, ha sumergido bajo sus aguas la inhiesta roca que formaba una especie de trampolín sobre el cauce del Guadiato ( a un kilometro aguas arriba del vado de Madederos); en el caso del cerro del Mentidero, y aunque Fernando de Montis nos da su localizacion cual Gps decimonónico, aún no me ha sido posible situarlo sobre el mapa.

Por tanto, podemos catalogar a ambas leyendas o narraciones como "cucas" por sus personajes, por su localizacion o por hacer referencia a topónimos de nuestro pueblo.



En primer lugar he publicado " El Salto del Fraile" y en segundo lugar, y a continuación, la leyenda del "Cerro del Mentidero". Espero que os sea grata su lectura.



EL SALTO DEL FRAILE




Según el citado autor, el Salto del Fraile se encuentra en la margen izquierda del Guadiato, a unos ocho kilómetros de la villa de Almodovar del Río, donde dos enormes rocas situadas a ambos lados del río – separadas varios metros - forman un puente natural, hundido en el centro, que permite el paso de una orilla a otra mediante un arriesgado salto.

Mi interés, por averiguar el lugar exacto del legendario salto, me llevaron ha realizar una serie de pesquisa que me condujeron a la finca de “Cobatillas “,donde debajo de un elevado promontorio- cual proa de galeón -, que se asoma al río desde considerable altura al que llaman “ La Piedra del Cuervo”, encontré con ayuda de mi suegro Juan , unos riscos junto al río y uno en particular, que separado del resto ,se erige a modo de falo ,destacando sobre el resto y desde el que se pudo haber producido el misterioso salto.

Días antes, mis pasos se dirigieron a la Finca de “La Mesa del Arrendal”, donde muy amablemente fuimos acompañados por un tortuoso camino hacia la cima de un elevado cerro, desde donde divisamos otro “ Salto”, aguas arriba, a la altura de “La Porra “ y que fotografiamos con un teleobjetivo, ya que nos fue imposible llegar.
Quiero dar las gracias a D. Alfonso Garrido (q.e.p.d.) por la inestimable colaboración que me prestó y que ha hizo posible el relato de esta historia, para dar conocimiento público a una leyenda que ignoramos la mayoría de los cucos.

He aquí la historia, transcrita literalmente:


“ Era una hermosa noche de verano. La luna que solo ostentaba visible una parte de su disco brillaba con tenue luz iluminando los montes de una manera fantástica y la brisa fresca ausente durante el caluroso día, saltaba juguetona por entre las retamas y los lentiscos besando al pasar sus delgadas y menudas hojas.
Sentados en un banco a corta distancia de la puerta de un hermoso y grande caserío, se hallaban dos hombres conversando en voz baja, a la vez que disfrutaban de la agradable temperatura que se sentía en las primeras horas de la noche. Joven era el uno, como de veinte años de edad y aun cuando el otro no era viejo, frisaba ya en los cincuenta, siendo ambos fuertes y robustos, como todos aquellos que se ocupan constantemente en las rudas faenas del campo.

La actitud de los dos y la grave expresión de sus rostros, manifestaban claramente ser de sumo interés el asunto que los ocupaba.

-¿Conque es verdad lo que me dices? Preguntaba el de mas edad, como dudando de lo que el otro le acababa de referir.

- Sí, tío, y tan verdad, que ayer me lo dijo José el hijo del guarda, que les sorprendió anteanoche, cuando paso por aquí en busca de una yegua que se le había extraviado, y además esta misma mañana, al acabarse la fiesta de la Virgen, oí yo ...

-¿Qué oíste?

- Verá usted: estaba en un rincón de la iglesia cerca de la puerta de la sacristía, cuando paso mi prima sin verme, y al pasar, salió el padre Andrés y le dijo: “ No te olvides que voy esta noche”, y ella le contesto, ”Bueno, le aguardare ”.Y mire usted, tío Pedro, me dio una cosa cuando lo oí, que a no ser porque estaba en un lugar santo... Cada vez que pienso en que la causa de que no me quiera mi prima Rosalía, es ese maldito fraile, me dan ganas de ir a Almodovar y ...

- Sosiégate, Juanillo, que ya ves que a mí me toca mas de cerca el daño de mi hija, y tengo calma para poder pensar en los medios del castigo. ¿Tu dices que va a venir esta noche?.

- Ya sabe usted que ha quedado convenido así entre el y mi prima.

- Pues bien, es preciso hacer un escarmiento con el fraile y es menester que tu me ayudes en la empresa.

¿Puedo contar contigo?.

- Para todo lo que usted quiera.

- Pues entonces escucha:

Ambos siguieron hablando en voz baja por algún tiempo y luego penetraron en la casa, de donde salieron al cabo de una hora con las mayores precauciones y silencio, perdiéndose en la sombra de un próximo grupo de encinas.

                                  ···

Había transcurrido la mitad de la noche, y la luna descendía lentamente para ir ocultándose tras las lejanas cumbres, marcando su huella de fosfóricos reflejos sobre las recortadas copas de los pinos y las mas elevadas rocas de las montañas.

Las sombras iban extendiendo poco a poco sus dominios, ofreciendo campo seguro a los tímidos conejos contra las crueles asechanzas de sus mortales enemigos, y el silencio de la dormida naturaleza solo era turbado por el monótono grito del búho y del chotacabras y por el lejano rumor del río.

Por un camino estrecho y desigual que atravesaba por medio del monte dividiendo la espesura de los jarales, marchaba a pie en dirección al caserío a que se ha hecho referencia un hombre como de treinta años, alto de estatura y de miembros robustos al parecer, según demostraba la soltura de sus movimientos y la seguridad y ligereza de sus pasos, pues nada dejaba ver el encapuchado sayal de los frailes, con que iba cubierto.

El padre Andrés, pues era el mismo, a medida que aceleraba su marcha a través de las breñas y peñascales, abstraiase su pensamiento con la proximidad de la dicha presente, recordando con alegría y con todos sus detalles, el proceso de una amorosa aventura que tan fácilmente había conseguido realizar.

Joven, de temperamento ardiente y apasionado, y de un talento natural nada común que supo robustecer con el estudio, el padre Andrés hubiera podido brillar en la sociedad alcanzando un distinguido puesto, si la desgracia de su pobreza y la protección ofrecida por un pariente, prior del convento de Los Gerónimos, no le hubiera obligado a ingresar en dicha orden, alcanzando el estado eclesiástico.

Desde luego, dado su carácter, logro sobresalir por sus dotes oratorias y pronto adquirió fama de elocuente predicador, con especialidad entre las mujeres, para quienes empleaba en sus sermones por medio de su fácil palabra todos los resortes necesarios para despertar en ellas la vida de los sentidos, rodeada de místico apasionamiento, consiguiendo de todas las mas caras simpatías y de algunas los mas señalados favores.

Un día fue llamado a predicar el sermón en la fiesta de la Virgen del Rosario que se celebraba en Almodovar del Río, y allí, como en todas partes, fue ídolo de las viejas y de las mozas. Rosalía que era una muchacha de diez y ocho años, de una hermosura no vulgar y de alma sensible y cándida, oyó al padre Andrés, fijo sus ojos llena de admiración en aquel rostro varonil de expresiva belleza, y su entusiasmo llego al punto de enamorarse de un hombre, que tan bien sabia comprender y expresar los sentimientos de su corazón.

En tal disposición de animo, sucedió lo que no podía por menos de suceder: Rosalía y el padre Andrés se entendieron y empezó para ellos una serie de dichas realizadas en citas misteriosas, que fueron bastante frecuentes durante un año que sostenían ya la intimidad de sus relaciones.

Todo esto, traducido en reflexiones amorosas que sintetizaban el apasionado carácter del fraile, el cual sentía los efectos de su naturaleza de hombre, absorbía por completo su imaginación y le impulsaba a apresurar la marcha por un poderoso instinto hacia el goce anhelado siguiendo con rapidez cada vez mayor, en la soledad de la noche y a aquella hora, para llegar al logro de su mas ardiente deseo.

Ya hacia bastante tiempo que caminaba así, atravesando montes y collados, y tan cerca estaba del termino de su jornada, que percibía el caserío blanquear en medio de la espesura, cuando al entrar en un bosquecillo de encinas que cortaba la vereda, sintíose cogido de pronto de ambos brazos por la espalda, mientras que vio al frente brillar la hoja de un cuchillo y oyó una voz que dijo con reconcentrado acento:

-¡ Vas a morir!.

                                    ···

El padre Andrés no dió ni un solo grito. Repuesto instantáneamente de su sorpresas e impulsado por el instinto de conservación, consiguió desprenderse del que le sujetaba por medio de un vigoroso esfuerzo, echo a correr por el monte, tratando de librarse del inminente peligro que amenazaba su vida, pues de sobra había el comprendido por las personas que habían intentado asesinarle, no haber lugar a esperar de ellas misericordia.

- Llama a los perros, Juanillo, y ponlos en la pista del fraile, mientras tanto lo sigo yo, a fin que no se nos escape; dijo el tío Pedro, y emprendió la carrera, superior a la agilidad que sus años le permitían, sin conseguir otra ventaja que mantenerse siempre a la misma respetable distancia del que era objeto de su persecución.

Ambos continuaron de este modo, atravesando cerros y cañadas y atravesando por mitad de las jaras y de los espinos, por las peñas y por los arroyos.

El padre Andrés a quien estorbaban los hábitos para la carrera, que había sostenido hasta entonces, gracias a su vigor natural y al miedo de sucumbir, estaba ya rendido sintiendo flaquear sus piernas, y érale imposible continuar por mas tiempo en un ejercicio tan violento cuando logro perder de vista a su perseguidor, por haberse internado en un espesísimo breñal que lo ocultaba a sus ojos.

En tal disposición, trató de cobrar alientos y se dejo caer al pie de una madroñera, dando tregua a la fatiga que le agobiaba, limpiándose con la punta del sayal el copiosísimo sudor que inundaba su frente.

La luna se había ocultado por completo y aunque las estrellas palidecían ante el primer anuncio de la alborada, profunda oscuridad, producida por las sombras del bosque, reinaba en torno del azarado fugitivo, el cual, con el oído atento, solo escuchaba próxima y distintamente los sordos rumores de las aguas del Guadiato.

-¡Podré, al fin, librarme, Dios mío! Penso, alentado por un rayo de esperanza.

-.Anda Juanillo, en ese matorral se ha metido y no se escapara: gritó de pronto una voz. Haz que los perros busquen, que no ha podido irse porque el río le sirve de barrera.

-¡Aquí León! ¡Busca, Loba! ¡Sus, adelante! Se oyó contestar, e inmediatamente se sintió el monte crujir al impulso de aquellos nuevos perseguidores, contra los cuales no había astucia posible.

El fraile se puso en pie por un movimiento instantáneo y emprendió de nuevo la carrera por medio de los matorrales, llegando a la escarpada orilla del río y siguiéndola a favor de la corriente sin hallar sitio vadeable.

Detrás de sí, sentía el movimiento de las malezas agitabas al pasar el León y la Loba, cuya proximidad era cada vez mayor, y escuchaba las voces de Juanillo y el tío Pedro, que animaban a los perros a seguir la pista.

El peligro era, pues, inminente, y el padre Andrés se consideraba completamente perdido, cuando llego a una prominencia desprovista de monte y vio un gran peñasco de superficie plana, que avanzaba por ambas orillas del río, formando como un puente hundido en el centro, pero accesible en un caso tan desesperado como se encontraba.

Comprendió que allí estaba su salvación y se dispuso a saltar, pero de pronto se sintió cogido por los perros que lo sujetaban del hábito.

Las voces de sus perseguidores se oían ya bastante cercanas y no había tiempo que perder. Desciñose en un momento el nudoso cordón que rodeaba su cintura y dio con el sendos y fuertes latigazos al León y a la Loba, que abandonaron su presa, no sin llevarse entre los dientes pedazos del sayal; y aprovechando aquel oportuno instante, corrió hacia el peñón y salvo el río de un prodigioso salto, perdiéndose a poco de vista y del lado opuesto, entre las malezas del monte.

Los perros avanzaron al río por donde había saltado el fraile y comenzaron a ladrar furiosamente; mas cuando llegaron hasta ellos el tío Pedro y Juanillo, atraídos por la insistencia de sus ladridos, solo hallaron las huellas de la huida y los pedazos de paño arrancados por los colmillos de los animales.

El padre Andrés desapareció desde aquel día, y no se le volvió a ver nunca más.






EL MENTIDERO






La luz de la aurora había disipado por completo las sombras de la noche y el primer rayo de sol doraba las más levadas cumbres de Sierra Morena.

Las aves saludaban el naciente día con melodiosos gorjeos, las plantas comenzaban a recoger en sus hojas las brillantes perlas que formaba el roció, y la naturaleza toda, al despertar nuevamente de su pasado sueño, dejaba oír en agradable concierto los alegres rumores de la mañana.

En la meseta de un cerro que se levanta en el limite divisorio de tres vastas propiedades (1) y en un raso rodeado de añosas encinas, veíanse sentados sobre gruesas piedras cuatro hombres de aspecto rudo, que fumaban conversando tranquilamente, en tanto el ganado, de que eran guardianes, dejaba oír el monótono sonido de los cencerros y esquilas, a casa movimiento en busca de la más fina hierba nacida en las laderas y cañadas inmediatas

(1) Las nombradas Cigarra Alta, Dehesillas y Villalobillos ( término municipal de Almodóvar del Río)

***

- Mucho tarda hoy Miguel; decía el de más edad de los cuatro, poniéndose la mano por encima de los ojos como para recoger más la vista que dirigía hacia el horizonte; ya va una hora de sol y aun no se divisan sus vacas.

- Las habrá careado hacia el arroyo de Guadarromán y no vendrán por aquí hasta el medio día; contestó otro, como de treinta años, de rostro simpático y aire bonachón.

- No, Pedro, replicó el más joven de los cuatro; el careo de la mañana es siempre a este lado como cosa convenida. Si Miguel no viene, será porque se habrá quedado dormido: cuando se pasa la noche en vela....

- ¿ Y qué tiene que hacer de noche? preguntó Pedro.

- Yo no lo sé de cierto, tal vez cuestión de amoríos...

- ¿ Amoríos? Dijo el de mas edad; eso no puede ser porque no hay ninguna moza soltera por estos contornos.

- Pero las hay casadas y jóvenes, y pudiera....

- Cállate Juanillo, y no digas tonterías.

- ¡ Tonterías! Lo que sé, es que lo he visto algunas noches y esta pasada también, atravesar por la vereda de los jarales en dirección a Fuenrreal.¿ No es verdad José? Tú que vives por allí, quizás lo hayas visto como yo: dijo Juanillo dirigiéndose con cierta intención al ultimo de los ganaderos, que era un joven de veinte y cinco años, de ceño adusto y callado hasta el extremo de no decir nunca tres palabras seguidas.

El interpelado lanzo en torno una mirada sombría, pero su boca permaneció muda y solo un ligero estremecimiento contenido por una firme voluntad, revelo el efecto que había producido en su animo lo que acababa de decir Juanillo.

- ¡Por allí viene Miguel! Gritó Pedro, señalando con la mano un lugar distante; ya ceo sus vacas aparecer por los claros del mote, pero todavía está muy lejos.

- Pues ya no podemos aguardarlo; dijo el más viejo: se hace tarde y tenemos que dar la vuelta con el ganado. Con que a la paz de Dios y hasta mañana.

- ¡Hasta mañana! Contestaron todos, retirándose cada cual por su lado.


                                 ****


Cuando José se halló solo y apartado de sus compañeros, sentose al pié de una encina quedando en actitud meditabunda, sin cuidarse de enjugar dos gruesas lágrimas que deslizándose por sus mejillas vinieron a estrellarse en sus manos.

Las palabras del mal intencionado Juanillo, le habían causado profunda impresión en su alma, presa a la vez de diferentes sentimientos de amor, de tristeza, de odio y de venganza.

Casado hacia pocos meses con una bella y honrada joven, guardaba en su pecho todo el amor de que es capaz un corazón apasionado. Ella por su parte le correspondía con igual ternura y en vano Juanillo, prendado de su belleza, había intentado varias veces hablar a solas con la mujer de su amigo, la cual esquivando siempre la ocasión, llego a destruir toda esperanza de realizar tan codiciada entrevista.

Pero el desdeñado amante, mal aconsejado por su despecho, con ánimo sin duda de atormentar al dichoso marido, o con dañado propósito de alterar la paz conyugal, aprovechó la ocasión para introducir el veneno de los celos en el corazón de aquel, sembrando una sospecha, tanto mas aparentemente fundada, cuanto que era cierto que Miguel pasaba casi todas las noches por Fuenrreal.

José lo había visto atravesar el monte a deshora, cuando salía a dar una vuelta a su ganado y ninguna idea alarmante había preocupado su atención; pera ya era otra cosa; la sospecha había penetrado en su pecho y los efectos de su daño habrían de ser inevitables.
Por eso al dirigirse con su ganado al centro de la dehesa, al cabo de dos horas de dolorosa y profunda meditación, su rostro estaba sombrío y en su mirada siniestra, leíase el firme propósito de una decidida resolución.

                                 ****

La mañana era húmeda y fría y las espesas nubes que entoldaban el cielo, amenazaban una próxima lluvia, iniciada ya por algunas gotas que se sentian caer en frecuente intermitencia.

Cubiertos con gruesos capotes cordobeses, se hallaban como de costumbre, en el cerro de las encinas, los cuatro ganaderos: mas esta vez, su actutud callada y la tristeza que revelaban sus semblantes, eran síntomas seguros de una ocurrida desgracia.

- ¡Pero vamos a ver, tio Jeromo! - preguntó Juanillo interrumpiendo el silencio y dirigiéndose al de mas edad de sus compañeros: ¿ Usted lo miró bien y está seguro de que no tenia su cuerpo señal alguna que indicase haber muerto de otra manera?

- ¿Qué quieres decir? Acaso tu crees...

- Digo, que a eso como a las diez de la noche, se oyó un tiro que sonó por el lado de la vereda de Los Jarales, hacia el sitio en que dice usted que se ha encontrado muerto el pobre de Miguel.

- No es extraño, porque su escopeta estaba allí descargada, y es, que sin duda, al ser acometido por los lobos trataria de defenderse y la disparó contra ellos, por más que no consiguiera herir a ninguno.

- En casos como ese - dijo Pedro- de nada le hubiera servido matar uno o dos de tan feroces animales; los demás le habrian destrozado lo mismo.

- Ya lo creo.¡ Y que estaba bien destrozado!- continuó el tio Jeromo.- Cuando me avisó el muchacho de la casera de La Huerta de los Idolos, de que habia un hombre muerto, fuí al sitio y apenas pude reconocerlo por las ropas que tenia hechas pedazos, hallandose su cuerpo casi completamente comido.

- ¿ Y qué hizo usted?

- Pues fuí a Almodóvar en seguida y dí conocimiento al señor alcalde, que mandó recojer los restos de nuestro amigo.Pero lo que más me entristeció de todo, fué el sentimiento de una moza del pueblo, la cual al saber la noticia de la desgracia, se puso como loca, hasta el extremo de haber querido matarse, lo que no pudo conseguir, porque los que nos hallabamos cerca se lo impedimos.Segun parece, era la novia de Miguel y por eso iba él al pueblo casi todas las noches hasta que le ha costado la vida.

- ¿ Es de verdad eso, tio Jeromo? ¿ Salia Miguel todas las noches para ver a su novia? preguntó José que al oir las últimas palabras del ganadero, habia sido presa de una violenta emoción.

- Y tan verdad, como que no hay nadie en el pueblo que lo ignore, por más que antes habian permanecido ocultos esos amorios, por temor a los padres de la muchacha.

- El caso es- interrumpió Juanillo- que hemos perdido a un compañero.

- Y si bien se considera- añadió Pedro- por causa de una mujer, aunque parezca otra cosa.¡ Pobre Miguel!.

- ¡Pobre Miguel! - exclamaron Juanillo y el tio Jeromo.

- ¿ Y tú, no dices nada? preguntó este último a José.

- Lo que digo, es - contestó con voz ronca- que esto, más bien que una reunion de amigos es un mentidero que nos acarrea la desgracia.

Y volviendo la espalda, echó a andar por la ladera abajo, no sin dirijir antes una mirada indefinible a Juanillo, el cual bajando la vista, comenzó a su vez a descender por el lado opuesto sin decir ni una palabra.

- Vaya, estan locos- pensaron los dos compañeros que quedaban- y deespidiendose ambos, marcharon con sus respectivos ganados.

desde entonces, no han vuelto a reunirse en el cerro de las encinas, que en adelante se llamó del Mentidero.