jueves, 7 de abril de 2011

La leyenda de fray Guido






Todos conocemos a los caballeros de la orden del Temple. Sabemos de sus tesoros, de sus secretos y de sus ritos. También sabemos que les fueron arrebatadas todas sus posesiones ( tierras, castillos, iglesias). Menos conocen que en Almodóvar del Río hay un arroyo que lleva el nombre de la Orden, el arroyo del Temple, y que dicho arroyo discurre por las tierras del cortijo del Temple, en el valle del Guadalquivir.



Este cortijo fue la principal posesión de la encomienda cordobesa de la orden del Temple, allá por 1240, año en el que , Fernando III “ El Santo”, se lo concedió, mas quinientas fanegas plantadas de olivos, junto al arroyo. Eran tiempos de conquistas y reconquistas. De victorias y derrotas. De moros y cristianos. Tiempos de fronteras inciertas.


En 1275, -habían pasado 35 años de la concesión del cortijo a la Orden del Temple-, el rey Ibn Yusaf de Granada, aliado de los benimerines, toma por sorpresa a Alfonso X “ El Sabio”, -hijo de Fernando III “ El Santo”,- y lo derrota en las inmediaciones de Écija ( la Astigi romana). Tras la victoria, las partidas islámicas extendieron sus "razzias" ( incursiones de saqueo) por toda la comarca, llegando hasta los alrededores del cortijo, donde los caballeros templarios se defendieron con ardor, consiguiendo detener el avance de estas bandas de saqueadores, no sin antes sufrir grandes pérdidas.

Entre este grupo de valientes defensores de la Orden del Temple se encontraba fray Guido de Astigi, gran devoto de Nuestra Señora, a quien mostraba su fe con mil devociones, limosnas y caridades que hacia en nombre de la divina Madre. Había entrado en la Orden ya maduro, como penitencia por los graves excesos cometidos en su juventud. Precisamente, desde su juventud arrastraba un pesado lastre, un defecto que no cedía con los años. Era muy orgulloso. Hasta tal punto que le constaba lo indecible admitir sus faltas y, sobretodo, confesarlas, de tal manera que al comenzar la batalla, no se había confesado ante el Altísimo. Fray Guido cayó, muerto -como muchos de sus compañeros de la Orden-, en la lucha contra los moros granadinos.




Durante la refriega no cesaba de encomendarse a Nuestra Señora, dando grandes gritos y, por tal afrenta, -una vez muerto-, los de Granada le cortaron la cabeza; lo decapitaron.

La noche avanzó sobre un solitario campo de batalla repleto de cadáveres y miembros cercenados. Solo se escuchaba el rumor del cercano río y el canto de las lechuzas que surcaban, en la oscuridad, un aire impregnado de muerte.


Y quiso Nuestra Señora hacer un gran milagro para que no se perdiese su fiel amigo.


De pronto el silencio de la noche fue quebrado por unos extraños ruidos parecidos a los que produce alguien que pugna por levantarse con gran dificultad. De entre las sombras surgió, como una aparición, la figura tambaleante de fray Guido, apoyándose con una mano en el pesado mandoble y llevando en la otra su cabeza, manchada de sangre y de la negra tierra del valle del Guadalquivir. Lentamente, arrastrando sus pasos, se encaminó cuesta abajo,hacia el arroyo.


Seria medianoche cuando un gran aldabonazo despertó a todos los durmientes del cortijo.En tropel, a medios vestir y a medio armar,corrieron hacia el lugar de donde procedía tan brutal estruendo. La guardia, que custodiaba el gran portón,de entrada, esperaba con la visera bajada, la ayuda de sus compañeros,antes de salir al exterior para comprobar quien o quienes eran los autores de tan intempestiva visita.


Cuando abrieron el portón por poco se mueren del susto. Un terrible pavor paralizó sus brazos y armas. Algunos cayeron presa de grandes convulsiones. Otros postráronse de rodillas pidiendo ayuda al Creador. Todos dieron un paso atrás cuando vieron a un caballero decapitado, cuya cabeza amoratada, que sostenía bajo el brazo, les habló así:


-¡Por Dios y su Santa Madre, dadme confesión hermanos míos, dadme confesión.... ¡


Algo repuestos del tremendo susto, los caballeros le respondieron:


-¡ Quita allá, si eres cosa del Infierno y declara si eres de Dios!


Por toda respuesta el caballero fray Guido se colocó la cabeza sobre los hombros y quedó como si estuviera vivo. Haciendo la señal de la cruz, Don Guido, habló:


- Soy vuestro hermano fray Guido. Como bien sabéis caí muerto ayer en la defensa de nuestras tierras y de nuestra sagrada Orden. En la batalla no pocas fueron las veces que encomendé mi muerte a Nuestra Señora, por la gran afición y devoción que le tengo. Tan gran afrenta les hacia a los musulmanes cada vez que nombraba su nombre que una vez muerto me cortaron la cabeza. No me confesé antes de la lucha, ya sabéis que soy demasiado orgulloso para admitir mis pecados, pero la Virgen me ha hecho este gran favor. Me ha devuelto la vida, me está manteniendo en pie hasta que me toméis en confesión. Os lo ruego: ¡ Dadme, por Dios, confesión para que pueda descansar en paz!.


Tomáronle la confesión, diéronle la penitencia y el cuerpo de fray Guido se derrumbó sin vida.


Pronto cundió la noticia del milagro que la Virgen había hecho en la persona de fray Guido y los caballeros templarios cantaron loores a Nuestra Señora, por los grandes beneficios que hacia a los que ella ama. Unos dicen que enterraron a fray Guido en la capilla del cortijo,- pues allí encontraron los restos de un muerto-, mientras que otros aseguran que fue llevado a la iglesia del Temple en Córdoba, lugar más importante y donde estaba el cementerio de los caballeros de la Orden.




Sea de una u otra manera, lo cierto es que esta leyenda es poco o nada conocida por los almodovenses, y, como es norma en este blog, la pongo a disposición de aquel que la entendiere y la creyere.